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lunes, diciembre 04, 2006

Desconsuelo en cualquier caso.


El panteísmo ha divinizado el mundo cognoscible por los sentidos y lo ha convertido en objeto de elogio y de veneración para dioses y humanos. Lo que ha entendido Hölderlin de Spinoza ha sido precisamente esto: el sentido de la naturaleza como corazón del propio panteísmo, y será Nietzsche el que recuerde a Spinoza en cuanto que “reniega de la libertad de la voluntad, de la teleología, del orden moral en el mundo, del altruismo, y del mal...” , a la vez que le convierte en amigo de miserias y soledades, una “soledad de dos”, un nuevo amigo en el que podía descansar su atormentado intelecto.

Es curioso el énfasis postmoderno en la crítica del trasmundo y del cristianismo como teologías que amenazaban la existencia feliz en un mundo finito e inmanente, cuando uno lee esta idea de la inexistencia de la libertad y el propio determinismo al que Spinoza estaba abocado; es curioso también tal énfasis en la aniquilación nihilista de la vida por parte de la idea trascendente cuando uno escucha a los grandes sufridores estoicos: en todos sus escritos se presencia la lucha terrible que consiste en aceptar como natural algo que no ceja en el empeño de escupirnos su rebosante anormalidad; y es curioso, en definitiva, que una supuesta filosofía de la finitud insista de manera tan perseverante en amargarnos todas las posibles esperanzas.

Yo no sé, en efecto, qué es más desesperanzador y más engañoso: si la fe en el trasmundo o la fe en el mundo. Si bien es innegable el status finito del hombre, y resulta aún más innegable a estas alturas de nuestros tiempos, aceptar a una vez que tal afirmación resulta de un beneficio natural para nosotros en contraste con la “anormalidad” de la creencia en un mundo más allá de este, es algo que no puedo sino poner en duda; todo ello me hace pensar en que nuestros postmodernos no han pensado de verdad qué significa la finitud y la muerte, y que tampoco han sufrido de veras los tormentos de una vida finita y condenada a una muerte inminente.

El concepto de muerte inminente es por otro lado la única luz que ilumina con suficiente claridad el significado de la muerte. Mientras permanecemos atareados en la cotidianidad de la vida, con todas sus carencias y sus excesos, conseguimos alejar esa presencia incomprensible que ha sido suficiente para que del misticismo propio del hombre emergiera alguna vez la idea de la inmortalidad del alma.

Con todo, esta idea de la visión positiva de la vida inmanente frente a un trascendentalismo negro y nihilista, que sería un granero donde aparcar el verdadero odio hacia la vida, no me parece sincera, y por esto la critico sin ambages: sin atreverme a dudar de la facticidad humana y aún queriendo asumirla con todas sus consecuencias, de la cual la presencia de la muerte inminente es su esencia más representativa, no llego a la divinización de un mundo cargado de males y de desgracias que han sido las causantes de la necesidad de una esperanza trasmundana. No proclamamos por tanto la trascendencia como una posibilidad, pero tampoco la inmanencia como la auténtica vida en la que es posible algo así como la aceptación feliz de su contingencia.

Pues del paso de esa aceptación a la absoluta ceguera de la tragedia humana y a la pasividad absoluta con respecto de lo que nos rodea hay solo un breve y sutil relámpago instantáneo.

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