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miércoles, enero 17, 2007

Una contaminación esencial

En su indefinida pretensión de imitar la vida, el pensamiento corre el riesgo de extraviarse en el silencio de sus líneas; como la vacuidad del concepto más universal, el pensamiento recorre una tierra que por principio le está vedada, y de la que sin embargo, no se puede separar.

La búsqueda de aquel que acepta este desnivel entre la vida y el pensamiento, entre el ser y el pensar, ¿no es acaso la de aquella reflexión que pueda confluir en el límite entre ambas, que sea lo suficientemente versátil como para autotrascenderse, que sea tan sutil como el zigzaguear de la existencia?

En este punto se halla la máxima dificultad del pensamiento, pero también la mínima exigencia de la vida: que ella misma sea recorrida en una cierta dirección, aún con la carga de su completa ajenidad y su totalidad autosuficiente. Los cuerpos de la vida, el pensamiento y el lenguaje cobran su unidad mediante la lucha que los enfrenta de forma perpetua. En sus fronteras la lucha se hace indistinguible del sentido, el cuerpo se hace único en su diversidad y multiplicidad.

Allende estos puntos íntimos de conexión, la vida del pensamiento se enfrenta con su propia naturaleza y con el ser; la reflexión en cada hombre es una lucha infatigable, pues todo pensamiento es el hacerse hueco entre los lindes de una superficie trascendental, que por su peso colapsa toda pretensión de comprensión y manipulación. El pensar cobra la forma del proceso vital en general; se mueve con dificultad entre sus obstáculos como la planta en su propio medio, o como el pueblo o el estado que para llegar a su punto de máximo desarrollo se ve inscrito en guerras y conflictos. Como cualquier acto de la naturaleza, el pensar es una mayéutica, un arte del dar a luz un movimiento de vida.

Y sin embargo, mientras el pensamiento tiende a representarse a sí mismo como lo más estable y noble, la vida se dilata en sus múltiples divergencias. Ambas naturalezas tienden a la completa separación, pero, ¿no es esto a su vez lo característico del ser? De pronto también avistamos la dificultad de tratar de unir lo que por naturaleza se rehuye a si mismo. Y bien sabemos que la esencia del hombre es contaminar todo lo que tiende a un fin natural; pues estamos lejos de creer que el hombre tienda a ningún fin; él es un elemento de desbarajuste en la economía de la vida, objeto perturbador de la naturaleza, y, en realidad, lo que confirma la falla originaria en el seno de todas las cosas.

La naturaleza perdida del hombre ya no es recuperable; probablemente su mismo pensamiento sea un eco de los efectos de la falla originaria, que se reproduce infinitamente en todas las dimensiones. Pero olvidar el elemento que hace que las cosas sean como se nos aparecen, es decir, olvidar que toda comprensión adolece de la contaminación humana, nos sitúa en una falsa posición frente a la realidad exterior, la naturaleza que queremos llamar vida y ser; la misma vida sólo será en relación con este pensamiento humano.

Ello no nos confina a enfrentarnos eternamente a una disposición única de los elementos que forman el entendimiento; pero sí desde luego a contar con esta contaminación como elemento de toda posible visión del ser, incluso de aquella visión que supone el ser como eso que está absolutamente al margen de todo lo humano y todo lo finito.

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