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miércoles, abril 11, 2007

Perplejidades

En la búsqueda de un lugar desde el que hablar se propone como problema mismo el lugar desde el que ya estamos, como sitio opaco a la mirada y a la escucha, como reflejo sombrío de nuestra propia actividad vital. Tal lugar es a lo que aquí me refiero con el término "vida"; la vida sería aquello primero que nos repercute a nosotros en cuanto sujetos emergentes en un mundo, y segundo, aquello en lo que estaríamos involucrados más allá de nuestra capacidad para controlarlo o administrarlo.

La exposición pública de esa pregunta, tal y como aquí la estoy planteando, no sería una demostración de una instancia previa cuya manifestación vendría dada por la consideración intersubjetiva de su validez, sino que, por el contrario, es en el dominio público donde comienza a existir, es en la escritura y en la voz donde comienza a vibrar y a conformar su esencia.
Pero entonces, ¿es que vivimos bajo un sueño, cuando creemos que nuestra experiencia vital es en primer lugar solidaria con un egoísmo único y opaca a lo público y que sólo más tarde con nuestro contacto con el otro es cuando se de-muestra? ¿Es posible que no haya manera de dar significación a nuestra experiencia en cuanto "nuestra"?

El asunto es de una perplejidad extrema sobretodo cuando el propio individuo es capaz de introducir tal criterio en su experiencia individual, descargando de sentido todo cuanto se de en él que sólamente sea concedido desde su individualidad. Hágase la prueba y trate de eliminar todo sentido que no aparezca públicamente y obtendrá un resultado un tanto pavoroso. Pues de pronto aparece que el sentido no es donado por el otro ni por lo exterior a menos que uno sea consciente de tal donación. El caso es que entonces la donación de sentido no es un asunto especialmente público, sino que parte de la iniciativa subjetiva, que se ve obligada a enfrentarse en el juego de espejos de su propia e inalienable constitución.

La perversión de ese espacio caracteriza el pensamiento de los esquizofrénicos, por ejemplo. El enfermo comienza a sentirse observado y a percibir la entrada externa de unos pensamientos que no son los suyos, que eclipsan la legitimidad individual de su juicio, el criterio subjetivo de verificación de las significaciones. Aún cuando la constitución del sentido parezca elevarse sobre el espacio poéticamente ambiguo de la auto-posición, desterrando cualquier esencia previa a su existencia, hay un juego donde el sujeto se ve obligado a asentir en su propia privacidad, en su propio juego especular.

Y sin embargo todo demuestra que esa esencia a priori de nuestra previa intencionalidad no existe. La vida nuestra no es tematizable al grado de ser objeto para nosotros mismos, y ello es razón suficiente para que no seamos capaces de instaurar el sentido desde la instancia misma que nosotros somos. Pero exigimos una privacidad paradójica en nuestras decisiones que no es sino metafísica, en el sentido de que inaugura otra vez las esencias que pretendíamos haber aniquilado. Este es el modo en el que existimos, a saber, dentro de lo que deberíamos constituir, pero a la manera de un terrible soñador que espera, intuye, o imagina, el sentido que sólo él puede dar a su errática existencia.

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