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domingo, mayo 24, 2009

Historia y eterno retorno en Nietzsche.


Como para Heidegger y Löwith, el eterno retorno de lo mismo (Ewige Wiederkehr des Gleichen), es para Vattimo uno de los conceptos centrales en el pensamiento nietzscheano, pero un concepto que aparece problemático en la medida en que para el filósofo italiano “ los problemas planteados por la relación entre la voluntad creadora del hombre y la eternidad como carácter del mundo parece que sólo se puedan resolver sobre la base de una visión de la temporalidad diferente”. Frente a la interpretación del eterno retorno en clave moral y en clave cosmológica, Vattimo propone retornar a los escritos críticos de Nietzsche sobre la historiografía, es decir, a la Segunda consideración intempestiva, descubriendo aquí como en los escritos anteriores, la proposición nietzscheana de un elemento de “trascendencia” con respecto de un devenir comprendido como mero fluir de cosas que aparecen y desaparecen (en el exacto sentido como Severino cree que Occidente ha comprendido desde siempre el devenir). En este flujo constructivo-destructivo, el sentido se pierde y el hombre mismo pierde la relación constitutiva con su propio pasado como algo de lo que pudiera efectivamente apropiarse: “ el pasado se constituye y revive en la conciencia histórica sólo en la medida en que sirve para intensificar, facilitar y potenciar la acción presente”.

Ese elemento no-histórico (que recuerda aquí la distinción baudeleriana entre lo moderno y lo eterno), lo halla Vattimo en la idea de fuerza plástica (Kraft), que es en Nietzsche lo que luego sustentará su idea de la voluntad de poder, pero que aquí se determina primeramente en el “arte como fuerza eternizante en cuanto que, con la ilusión de una fuerza que produce, nos hace olvidar el devenir y nos introduce en un clima no-histórico favorable a la acción creativa”.
Es verdad que aquí todavía se oyen los ecos de Schopenhauer, sobre todo cuando Nietzsche considera el arte y la religión como sustitutivos del dolor del devenir, pero pronto el arte adquirirá una posición más fértil y fundamental en la medida en que pase de ser sustitutivo a ser constitutivo, emulación de los procesos creativos de la vida, y por tanto, fuerza vital misma.

La enfermedad histórica se convierte, pues, en evidencia de un mal manejo con el pasado, una relación que el hombre actual no puede digerir en la medida en que mediante las categorías historiográficas su voluntad queda presa y sellada en las vías mismas del proceso temporal, sin que exista la posibilidad de elevarse sobre las cadenas de la historia. De esta falta de sentido general en la que la providencia histórica ya no funciona, proviene la pérdida de sustento y arraigo en el suelo del hombre contemporáneo, pues, dice Nietzsche “cuando se coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida, sino en el “más allá” se le ha quitado a la vida como tal el centro de gravedad”.


La relación entre la enfermedad histórica nietzscheana de la Segunda consideración intempestiva y la concepción del eterno retorno se encuentran en que éste puede iluminar esa relación inadecuada con el pasado que ha tenido el hombre siempre desde los tiempos de Platón, y que ha configurado por tanto el destino de éste como realización del nihilismo. Con la introducción de la idea del eterno retorno, que rompe de hecho los esquemas temporales metafísicos y propios de la tradición cristiana y su escatología visionaria y apocalíptica, también “el futuro determina al pasado en la misma medida en que es determinado por él”. Pero queda entonces por determinar el punto desde el cual se pueda lograr a cabo la reconciliación, y este es de hecho el instante entendido como decisión. La problemática de este concepto estriba en que desde Löwith hasta el propio Heidegger se ha querido ver en él un guiño al decisionismo entendido como acción desde la nada, - que proviene de la “neutralización” de Schmitt, en la que se desacreditan las estancias fundamentadoras ajenas a la voluntad humana- que, una vez ha roto con los fundamentos, se erige en el papel de dominador y configurador de la existencia. (Ahora bien, Löwith no dice nada de la “decisión nietzscheana” en su análisis del decisionismo y sí, sin embargo, menciona a Heidegger y a Kierkegaard, lo que resulta injusto de cara al hecho de que Heidegger extrae la idea misma de tarea de una problemática que tiene su origen genuino en Nietzsche).

El instante de la decisión no sólo tiene la función de iluminar la relación entre el pasado y el presente, sino que se erige en atalaya verdadera en la que el devenir como nacer y perecer de todas las cosas se anula en virtud del “mediodía de la historia del universo, en el que se decide la eternidad”.
De este modo, para Vattimo la ewige Wiederkehr comprendida como inversión de la temporalidad banal logra esclarecer la relación entre eterno retorno, temporalidad o devenir y voluntad de poder, de modo que se puede decir que aquí el eterno retorno tiene como significación fundamental la inversión del concepto occidental del tiempo.

Pero, ¿es esto suficiente? ¿Agota realmente el significado del eterno retorno su interpretación como inversión del tiempo natural? Más allá de las perspectiva cosmológica, que pretende una concepción teórica cerrada y representante del modo en el que se da el universo, o de la perspectiva moral entendida como imperativo categórico, el eterno retorno halla su significación en la afirmación suprema de la vida. “Porque también afirma el no extremo, la aniquilación y el sufrimiento como pertenecientes al ente”.
Y con ello se anuncia el pórtico del planteamiento cuyo conocimiento para Vattimo es fundamental de cara a comprender el pensamiento de Nietzsche en nuestra época: el de Heidegger. Heidegger nos lleva a ese lugar en el que la ambivalencia del instante es a la vez “peligro y salvación”. Contrariamente a Vattimo, que nos proponía un Nietzsche reconciliador entre el elemento no histórico e histórico, entre el devenir como comprensión del nacer y perecer de todas las cosas sin un último sentido y la posibilidad de una trascendencia ejemplificada en la voluntad como voluntad de creación y fuerza plástica, en Heidegger se contempla más bien un Nietzsche que “piensa el pensamiento más grave” , un pensamiento que no es mera reconciliación, sino lugar donde el peligro y la salvación se identifican de una forma que es difícil lograr una separación clarificante.

Incipit tragedia, recuerda Heidegger. ¿Por qué con el inicio del pensamiento más grave se da también el inicio de la tragedia? “Hay tragedia cuando lo terrible se afirma como la oposición interna que pertenece a lo bello.”
La reconciliación o la oposición sufrida, sin paliativos, entre sufrimiento y placer, es otra cara de la oposición sufrida en un tiempo entre la afirmación de la vida aún cuando es desprovista de sus más profundos fundamentos y el sufrimiento que esta pérdida conlleva, pero también es evidencia de una situación abismal en la que la proximidad del abismo abre a la vez un universo de posibilidades nuevas, constituyentes de una auténtica apertura del mundo.

Lo que para Vattimo era una auténtica inversión del tiempo occidental- lo cual, desde luego, no es poco- para Heidegger es en realidad el cierre de ese tiempo o su culminación. La copertenencia de voluntad de poder y eterno retorno constituyen para Heidegger la auténtica posición metafísica de Nietzsche. Voluntad de poder y eterno retorno son a la vez modo y constitución del ente “El ente en su totalidad es voluntad de poder y el ente en su totalidad es eterno retorno de lo mismo”.
Ello evidencia que Nietzsche queda con esto apresado en el modo de comprensión de la civilización occidental desde Platón, en la medida en que da una forma al ente y trata de describirlo como totalidad. Con ello, se desvaloriza profundamente la inversión temporal que realiza Nietzsche según Vattimo, y que, además, tiene efectos poderosos a la hora de la comprensión del nihilismo europeo según Nietzsche.


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