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lunes, noviembre 30, 2009

Un hombre oculto, bajo sombreros brillantes...

La habitación daba a un patio oscuro donde una gran lengua de fuego azotaba las nubes perezosas. En la azotea de enfrente, un hombre oculto bajo sombreros brillantes descifraba la naturaleza. Todos los corazones flotaban en la noche, dirigidos hacia otro lugar del que nadie habla, pero hacia el que todos caminamos.

Una lengua desprendida de su sueño y que había colonizado ciertas fuentes y cerebros. Un Fedro desquiciado, aplastado por sus miembros. Un cubil en el que la avispa se retuerce. Los demás miran estas cosas, nada conquistados por ellas. Tan terco y caprichoso es el corazón.

El rey David, enfermo de embriaguez, sueña con el oro del desierto. Hombres que, atados bajo el sueño, dulcifican su lengua con el vino. Hijos posiblemente absurdos, y del todo absurdos si no se tratasen de los grandes padres inconscientes.

Dejó la poesía por razones técnicas. Es seguro que algún hombre en este mundo haya dejado alguna vez la vida por la misma razón: Cuestiones técnicas.

Todos éramos estrellas descendientes y, en tanto descendientes, ya no éramos estrellas.

Le seducía su lengua ardiente. Entonces observó, a la luz del astro ebrio, una hendidura en su mandíbula. Allí parían-¡coño! miles de gusanos su hediondo fruto. A partir de aquí, su seducción se convirtió en amor.

Los ciudadanos de la asamblea se dirigen, con largas túnicas blancas y barbas perfumadas, al centro del ágora. Todo parece pintar bien; la seriedad, el estilo, la elegancia, la superioridad del ateniense. Entonces fue cuando el pescado que comió Teofrasto se manifestó en público.

Gran vicioso era de la virtud. Hasta por ello fue ejecutado.Pensaba y pensaba. Su corazón crecía hacia atrás.

Sí, era un miembro fálico, ahí mismo, en medio de nuestra sociedad, en mitad de nuestras costumbres, cobijándose en nuestras lenguas. De acuerdo, era un falo; pero, ¿No era también un milagro?

Si allí no hay paz, es que la paz no existe.

Los muebles pedían subir al Everest. Lo hicimos por ellos; ni siquiera Alejandro llegó a alcanzar su cima. Todo por unos muebles miserables. Sí, en ellos había órganos genitales. ¿Es esto una justificación legítima?

¿Por qué andar con ese disimulo? Como si nadie supiera que bajo ese traje y corbata modestos, se oculta un corazón podrido por las peores taras humanas.

Hay algo inhumano en aquellos que se llenan la boca con la palabra humanidad.

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