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lunes, junio 13, 2011

15-M: El sentido práctico de la ideología.

La viñeta del diario Público de ayer era más que significativa. En ella aparecía Rubalcaba detrás de las fuerzas de seguridad, satisfecho con que “mientras sigan así de pacíficos, nosotros no les haremos caso”. Con frecuencia se nos olvida que el Estado de Derecho ostenta el monopolio de la violencia (Gewaltmonopol des Staates, según Max Weber). Cualquiera que haya asistido a una manifestación se dará cuenta de qué pequeño es el límite entre la expresión del individuo y su represión. En realidad, justo en el momento en que comienza la libertad de expresión, comienza también la represión de esta expresión.

Es por ello que si bien cabe destacar la nobleza de las manifestaciones del movimiento 15-M, tales actitudes merecen una reflexión. Y la merecen porque hay un instante teórico en el que deberá surgir como irremediable la fractura de su propia esencia. Será el instante en el que el movimiento deba violarse a sí mismo si quiere perseverar. Pero será también el instante de una parte del movimiento, aquella que según dijimos comprende su lucha en términos globales y no solo institucionales; en términos metafísicos y no solo instrumentales. Mientras tanto, será posible la apelación a una revolución “pacífica”. En este momento, se plantea el alcance de unos objetivos prácticos.

Entre estos objetivos están la reforma de la ley electoral, la separación clara de los poderes, la vigilancia constante de la corrupción y la separación entre poder político y poder económico. Estas primeras reformas son las que podríamos llamar instrumentales o pragmáticas; promueven un cambio a corto o medio plazo; entre las personas que se acercan más a estos fines se encuentran todavía sectores de la ya decadente clase media o los que podríamos llamar burgueses tradicionales; también se encuentran sectores cansados de la política y obreros. Pero se reclaman también, desde otros sectores, reformas de mayor calado. Aquí se encuentran los defensores de la tradición republicana, la izquierda tradicional, los movimientos antisistema y los críticos ácidos del neoliberalismo. Este sector será el que más tarde se comprometerá, sin duda, con una revolución más directa, más global si se quiere, y por ello, el sector que se verá obligado a abandonar el propósito pacífico que se supone esencial en este movimiento. Son reformas estructurales, destinadas a lograr un cambio que choca con la satisfacción de los fines de una clase globalizada de hombres llevados por el afán de lucro y la inmoralidad; son reformas que se dirigen contra los intereses del mercado mundial, contra los colonialismos capitalistas y contra el esquema básico de producción de la realidad global. Se entiende que en este sentido la reforma pacífica sea cuanto menos una ironía. Pero la respuesta violenta plantea muchos problemas también. ¿Cómo luchar violentamente sin el poder del capital militar? Sin el poder que brinda un capital estatal, a título individual o colectivo es imposible pensar en un cambio estructural a través de la violencia.

Hay una tercera vía que al menos resuelve las inquietudes de los sectores más ideológicos. Hay que llevar a estos sectores la idea de que la teoría no puede justificarse desde arriba, sino desde abajo. Hay que establecer ese eslabón que permita comprender que el acceso a la legitimación de la ideología en un mundo ya cansado de ideologías, que mira a estas teorías como a un dinosaurio perteneciente a un mundo caduco, solo puede llevarse a cabo a través del logro pragmático de una serie de reformas concretas. La teoría se legitimará precisamente en el proceso que lleva a cabo no solo la abolición de una ley o de un juego de poderes, sino a través de las consecuencias teóricas que suscite semejante transformación. Cada componente estructural de la sociedad tiene un signo ideológico. Nada está al margen de la teoría. Pero para que el común de los humanos pueda encontrar estos signos, es preciso primero poner en práctica la realización de lo concreto que desvele en este movimiento el carácter ideológico de aquellas estructuras que comprendíamos como legítimas y desideologizadas. La reforma de una ley siempre exige a la ley sustituyente un sentido profundo que está directamente vinculado tanto con el sentido de sus reformas adyacentes como con el sentido global del conjunto de estructuras que se quiere derribar. En ese sentido, el sistema es un conjunto interrelacionado, cuyas partes definen entre sí a la vez que ocultan los fundamentos ideológicos sobre los que se sustenta.

Quizás entonces esta táctica sea más inteligente. No se trata de seducir al pueblo con la nobleza de ideales trasnochados o banderas ideológicamente vinculantes. Se trata de efectuar reformas prácticas cuya aplicación manifieste lo oculto: el verdadero fundamento ideológico del sistema. Es evidente que en el momento de la evolución el movimiento ( si tenemos la fortuna de que llegue hasta este punto), se escindirá. Es inevitable. La exigencia de la violencia y el sentido de la transformación de las instituciones y su finalidad última suscitarán duras controversias. Pero, ¿por qué adelantar las consecuencias de un fenómeno que todavía no ha fertilizado? El logro de este fin solo puede hacerse mediante la suspensión ideológica temporal y la aplicación práctica de las transformaciones institucionales o legislativas que manifiesten el sentido profundo de toda ideología, y sus consecuencias reales.






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