Ante la pregunta primordial
que origina todo conocimiento humano, existe un camino intermedio entre la
respuesta totalizadora y tiránica del concepto y el aislamiento atómico del
conocimiento que niega su evidente orfandad teórica. Un camino que también
puede poner en común las distintas respuestas a aquella pregunta evitando, por
una parte, la fusión en un único discurso superior o pretendidamente superior a
los demás, y por otra parte rescatando al discurso atómico de su orfandad, al
recordarle la pertenencia a un mismo padre, el interrogante primordial. Es aquí
donde el concepto platónico de participación
en la idea nos revela su idoneidad como método o trazado que permite reunir en
el mismo foro a lo diverso de la experiencia sensible e intelectual, respetando
sus relaciones concretas con lo universal al tiempo que ligando estas
relaciones con su causa común. Siguiendo la interpretación de Paci, para Platón
el ser está presente en el devenir como
necesidad y exigencia, como un sentir implícito la necesidad del ser en la pobreza
del devenir. Trasladando estas palabras a nuestro contexto, ello
significaría que la respuesta a la pregunta originaria puede transitar un
camino alternativo al propuesto por nuestra modernidad filosófica en la que, o
bien el concepto aprehende la totalidad del ser- Descartes, Hegel- o bien la
realidad es inaprehensible y en último término indescifrable e incomprensible-
de Nietzsche hasta los existencialistas-. La propuesta de Platón no opone el
ser absoluto al no ser, sino que niega la existencia de un ser absoluto y
concede una cierta participación del no- ser en el ser.
Esta gradación ontológica se
traduce, en el contexto de nuestro tema, como una cierta postura o actitud
frente a dos tipos de exigencia; la relativa al modo del conocimiento –según el
lenguaje de este ensayo, la relación entre pregunta y respuesta- y la que se
refiere a la diferencia y/o pertenencia común de las distintas disciplinas y
fragmentaciones teóricas entendidas como manifestaciones concretas de una
respuesta dada a una pregunta originaria. Frente a la actitud tradicional de la
modernidad que se abre en Descartes y llega hasta Hegel, en la que se concibe
la razón como piedra de toque de la comprensión del ser, y la negación a
reconocer cualquier tipo de inteligibilidad del mundo en su totalidad-
pretensión que va desde Nietzsche y su apología de la destrucción de la razón a
sus discípulos en la postmodernidad- el Platón de Paci nos propone una vía
intermedia en la que el no-saber socrático del método mayéutico participa no
obstante del saber en una relación de visión, de no pertenencia del saber que
sin embargo conserva el destello de la idea en el horizonte de su ser: La necesidad del ser en la pobreza del
devenir. Ya no se trata de subsumir la pluralidad de la experiencia en la
telaraña omnicomprensiva del concepto, ni de perder la esperanza en
hallar inteligibilidad alguna en la vida. La
necesidad del ser en la pobreza del devenir es a la vez vida y
conocimiento, conocimiento de la vida si se quiere, pues es a la vez imagen de
la relación real que constituye el tejido de la vida real- la vida vive porque ama la vida y muere porque no la posee, resume
bellísimamente Paci- y a la vez imagen de nuestro conocimiento posible, que no
niega la verdad de la vida y su principio mortal inherente a ella, ni se aferra
a un oscuro escepticismo en el que no hay brillo de la idea en el horizonte.
Por el contrario, tanto la vida como participación de la vida en la idea de la
vida y el conocimiento como participación del conocimiento en la idea del
conocimiento son movimientos del no ser
hacia el ser, por tanto no muda no-existencia ni ser absoluto: una relación
en la que, por decirlo de alguna manera, fragilidad y permanencia, ser y no
ser, conocimiento e ignorancia y, en fin, vida y muerte se miran rostro frente
a rostro, y ese encuentro da forma a su vez a nuestra vida y nuestro
conocimiento posible. Mas en cuanto movimiento hacia
el ser, esta relación jamás constituye una relación estética, permanente como
un estado o una cristalización, sino que tiende de continuo a una mayor
claridad- Luz, más luz, decía Goethe-
a una dispersión de los objetivos logrados en torno a un círculo nuevo de mayor
comprensión y perfección. Ello es lo que evita que esta relación se esclerotice
en un dogma definitivo a la vez que pueda permitir el crecimiento exponencial
de la vida y el conocimiento en un tiempo siempre indeterminado, en el que
ambos se enriquezcan mutuamente, siempre alcanzando nuevas cotas de cercanía y
luz, destellos cada vez más brillantes de esa idea cuya relación con nuestro
ser hace posible precisamente nuestro ser.