The
Purge, la noche de las bestias (2013)
es una película de terror norteamericana que no tendría el mayor
interés si en ella no se diesen cita una serie de elementos
representativos que caracterizan de forma fiel tanto la mentalidad
del país más poderoso del mundo como la deriva que en muchos
aspectos está tomando la organización social y política de
nuestras sociedades contemporáneas. En un hipotético futuro no muy
lejano (2022) del que se ha erradicado casi por completo el paro y la
violencia, se instaura un día anual (el día de La Purga) en el que
queda permitida la violencia y el crimen, bajo el pretexto de liberar
las pasiones reprimidas por la ley moral de la civilización. Esta
permisividad- que guarda profundas similitudes con las antiguas
fiestas dionisíacas en el marco de las civilizaciones griega y
romana, y bajo las cuales se dinamitaban los hábitos sociales que
permitían la civilidad- se aprovecha para ejercer de forma legítima
la violencia sobre el débil, el marginado, el pobre o el inmigrante,
de modo que sirva a su vez para limpiar
la ciudad de todo lo que podría suponer una amenaza para el
ciudadano americano, acomodado y protegido en su vivienda y poseedor
de un cierto capital económico. Tal es la situación de la familia
protagonista de la película. El día de La Purga tiene también en
la película su origen mítico (con sus Padres Fundadores), que se
remonta a una crisis social y económica en un pasado reciente que
solo pudo resolverse mediante la adopción de esta abolición de la
ley y la civilización. En un contexto de crisis extrema, se eliminó
de la sociedad norteamericana, mediante el uso legítimo de la
violencia, al paria, al desclasado, al parado, al que no podía
acceder a la renta del rico y que por ello mismo suponía un problema
social.
En
este contexto cobra una extrema importancia la seguridad.
Conectando con la verdadera deriva de nuestras sociedades
contemporáneas, la película nos ofrece un mundo obsesionado con la
seguridad y la vigilancia- el padre de familia protagonista de la
película trabaja para una empresa que instala sistemas de seguridad-
todo ello vinculado al famoso día anual en el que es clave el
requisito de mantener a buen reguardo la propia vivienda de aquellos
que deseen ejercer la violencia o de quienes huyan de sus captores. Y
eso es lo que efectivamente sucede. Un hombre negro- que podríamos
suponer, un inmigrante, un desclasado o simplemente un excluido de la
sociedad- logra refugiarse en la casa de los protagonistas. Sus
captores, sabiendo que se ha escondido en la casa, amenazan a la
familia con que también los matarán a ellos si no le ofrecen a su
víctima. Como era de esperar en un film norteamericano, la familia
protagonista no solo protege al hombre negro, sino que además
tampoco elige participar en el día de la Purga. Finalmente, los
captores penetran en la casa y el film deriva en la típica película
de acción norteamericana, con el final esperado: el hombre negro
salva a la familia de sus captores y ésta acaba por darle las
gracias al primero.
La
película no solo pone en tela de juicio la posibilidad de una
seguridad absoluta- la obsesión
que ha guiado a la administración Bush a raíz del ataque a las
torres gemelas el 11S y la nueva política mundial de seguridad.
Asimismo traza un posible- y terrorífico- devenir de la estructura
social mundial en la que solo unos pocos- poseedores de haciendas,
capitales y poderosos sistemas de seguridad- sean los verdaderos
beneficiarios de la riqueza social, frente a una barricada en la que
pobres, desesperados y excluidos del sistema se ven arrojados al
mundo del crimen para poder sobrevivir. El toque ácido del film lo
pone una enloquecedora legislación que, para salvar a los ricos de
la turba parada y excluida, permite el abuso y el crimen sobre estos
un día señalado en el año. Claro que el buen americano no solo
utilizará su ira y violencia acumulada a lo largo del año contra el
pobre o el mendigo. Como sucede en la película, la envidia y los
celos de los vecinos pondrán en jaque también la vida de los
protagonistas, estableciendo las consecuencias infinitas de una tal
instauración legislativa criminal.
Pero
hay más. Hay algo en esta película que recorre también la médula
de la psicología de la sociedad estadounidense y que nos revela la
profunda enfermedad que aflige a este país. En primer lugar, el
reconocimiento semi consciente de que algo va mal en esta sociedad.
El buen americano- el protagonista- no quiere participar en el Día
de la Purga. El buen americano sabe que hay algo en esto que está
mal, que no es bueno. Pero también sabe que él forma parte de esa
sociedad privilegiada que ahora puede, si quiere, asesinar sin
consecuencias. Sabe que él no es el negro excluido, el parado, el
inmigrante, que posee una hacienda con un sistema de seguridad casi
perfecto y que se encuentra protegido de la violencia que se va a
desatar en ese día. En otras palabras, el buen americano tiene que
expiar la culpa que consiste en
su pertenencia al mundo de los opresores.
Para
resolver esta contradicción, el filme tiene que acudir al castigo
controlado de sus protagonistas. La destrucción de las fronteras de
la seguridad, el contacto con el mal, el dolor, todo esto es algo
básico en todo film estadounidense de esta clase. Aunque se sabe que
finalmente el protagonista quedará salvo, tiene no obstante que
expiar su pertenencia a la maldad. La sociedad estadounidense es
depravada, pero a través de su símbolo esencial- el buen americano-
puede justificar su depravación al mismo tiempo que justifica y
salva a su símbolo esencial, el buen americano. Todos ganan en la
película. El agradecimiento final que la mujer protagonista dirige
al negro no solo representa la mediación esencial de esta figura en
la salvación del buen americano. Es gracias a que ella ha podido
expiar su culpa ocultándolo de sus asesinos, que ahora ya todo puede
continuar con tranquilidad. La sociedad americana está salvada a
través de la ejemplaridad de uno de sus miembros. Es como si un club
de asesinos quedara legitimado por la bondad espontánea y
circunstancial de uno de los suyos. He aquí, quizás, la gran
paradoja que no hace sino evidenciar el profundo trauma moral y la hipocresía de una sociedad norteamericana verdaderamente
enferma.